viernes, 25 de abril de 2008

El alambrista

Desconozco la fecha exacta en que fue escrita esta poesía. Es preciso reconconocer que Rastrilla no ha sido muy escrupuloso en la supervisión de su obra, y puedo garantizar que la versión que yo doy aquí a la estima pública procede de un folio con los bordes ya amarillentos por el trabajo del tiempo y la desidia. Se trata de un texto mecanografiado sin mucha aplicación (pues las correcciones son guiones que tachan). Tampoco está muy cuidada la distribución de los versos, con lo que me he permitido algunas libertades en su disposición estrófica. De este vago papel poco se puede inferir, así que he de echar mano de mi recuerdo. Si éste no me traiciona, la poesía se remonta a los primeros años de la década de los ochenta. Aún funcionaba en Pedrosa del Príncipe en aquellos tiempos un establecimiento de difícil catalogación. Había sido en su buena época un café de cierto estilo (en segunda planta, con mesas de tabla de mármol), que degeneró con el tiempo y la competencia de bares más modernos en una suerte de chigre para niños (se despachaban todo tipo de golosinas, al tiempo que cervezas y otros licores para guapos entrados en años, banderillas y alguna otra cosa). Detrás de su escueta barra imperaba enérgica la figura, para nosotros casi mitológica, de Fulgencia Vicario (La Flugen, según el uso del vulgo). Muchas ocasiones habrá de volver sobre este singular garito, epicentro de nuestra actividad adolescente. Ahora bástenos con recordar el impulso modernizador que acometió a la Flugen cuando arrancaba la década de los ochenta, y le dio por instalar una estruendosa máquina de discos, otra de petaco y alguna otra atracción (consistía una de ellas en rodar una peseta) de la que ya no puedo dar gran noticia.

La máquina de petaco y sus peripecias, y esto ya delata el tipo de musa que inspiraba a Rastrilla, se convirtieron en objeto de una de sus más célebres composiciones, "El alambrista". Para ser bien entendida, esta poesía, tan encarnada en su actualidad, necesita glosa, y a ese afán me entregaré, Diis volentibus, en el día de mañana. Aunque no es tarea fácil, trataré de recuperar el escenario en que se inspiraron estos versos. De momento, dejo fluir los versos de Andrés, que sin ota cosa, como toda poesía, tienen goce en sí mismos.

El Alambrista (de Andrés Rastrilla)

¡Señores, escúchenme!
Usted es el alambrista
que se sale de la pista
por no romper la arista.
Cuando coge huevos por los corrales
se cree que ha encendido los especiales.
Mete los huevos en la cesta, y piensa:
es que habré encendido la bola extra.
¡Atención, sacrifíquense!
Pues está el especial.
¡Oye, pues me he sacrificado
y he quebrado el cristal!
El otro día comió un melón y pensó:
ya por eso no he hecho el millón.
Andaba y andaba por los pasillos
(pues ésta es cojonuda... ¡No he apagado los amarillos!)
Como el otro día comí pimientos
no he llegado a los doscientos.
No encuentro para lavarme la palangana,
será que hoy no he dado diana.
Usted es el alambrista,
el rey de la pista,
y como el otro día no sacó el especial,
sin darse cuenta, rompió el cristal.
¡Oiga, marque esa pauta!
¡Pero si no he tocado la flauta!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El alambrista es la cumbre de ese Panero de la Meseta, que nos retrotrae a nuestros más lejanos tiempos de la infancia, juntando pesetas para comprar un puñado de gominolas. Excelente blog, Gerardo, y muchos ánimos para el poeta rural del momento.

Anónimo dijo...

Creo que esta es la obra más conocida de Andrés. El blog está genial, tanto de aspecto como de contenido (¡esas fotos!). Animo Gerardo.