La siguiente poesía a la que prestamos atención vuelve otra vez sobre el tema amo

roso. En este caso, ya despojada de toda ironía, se percibe en ella un remoto aroma a vieja canción de amigo en su brevedad, en su simpleza y su candor. Su arranque es contundente: dos aseveraciones limpias, directas, vacías de retórica se ven frustradas por una negación. El tono del poema ya está marcado, significa un deseo truncado. Su estilo descriptivo esconde una intensa pasión contenida. Este clima de desamparo se acentúa con los símiles que vienen a continuación, pues son búsquedas que siempre se culminan pero que, relacionadas con el amor, se convierten en terribles muñones. El final del poema vuelve al recurso de la imagen inconexa, tan característica de Rastrilla. La comparación parece hablar, en relación imposible, de la inecluctabilidad de las realidades vinculadas: el sol dora a la espiga de manera tierna, pero inevitable, como inevitable es la soledad del poeta. La ausencia de la amiga, se siente, como en las ancestrales cantigas gallego-portuguesas, parte de tenaz ciclo natural.
El poeta, felizmente emparejado hoy en día, siempre manifestó en los momentos álgidos de su actividad creativa un enorme afán por encontrar el objeto de su amor. Hasta donde yo conozco de su biografía, en aquellos años no conoció una relación sentimental estable, y el tenor de su poesía amorosa se comparece bien con aquella situación.
Lejos del amor (Andrés Rastrilla)
Te he esperado,
te he buscado,
no te he hallado.
Como la veleta
busca el viento,
como un perro
busca su hueso,
como un grillo,
busca su agujero,
como una mariposa
busca su flor,
así busco yo otra cosa,
que es mi amor.
Como el sol
le pone dorada a una espiga,
yo siento alejada
a mi amiga.
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