martes, 6 de mayo de 2008

El viento


No tengo un recuerdo muy preciso de cuándo empezó Rastrilla a componer poemas. En realidad, hubo unos años que yo pasé estudiando lejos del pueblo, y en los que mis antiguos compañeros de andanzas infantiles pasaron de niños a adolescentes por el mismo arte de magia que a mí me sucedió lo mismo. En general, eran adolescentes que habían abandonado el sistema educativo, y ya se dedicaban a trabajar, lo que aceleró su inserción en el mundo pseudoadulto (chicas, bodegas, coches, dinero...). Ándrés fue uno de ellos, pero con las vías de escape que le otorgaba su sensibilidad poética, tan sorprendente en aquellos tiempos y circunstancias. El caso es que volvimos a relacionarnos cuando a mí el destino me llevó a Valladolid, y todos los fines de semana salíamos a Melgar, como se estilaba entonces.

Son esos años en que su producción poética se hace más intensa, y cuando su absoluta indiferencia para con las opiniones críticas también alcanzó su cénit. Eran esos años el último lustro de los ochenta, nuestra edad de oro (o, al menos) nuestra edad mitificada. En aquellos años menudean sus composiciones de tema diverso, y al impulso de una imperativa inspiración. Él contaba con frecuencia cómo ese arrebato lo despertaba a media noche y lo llevaba a componer una poesía, cuyo tema y estructura le venían dictados como por una fuerza superior. A mí me recordaban esas palabas a los venerables aedos griegos que se sentían inspirados (es decir, con el espíritu de la divinidad dentro de sí), y comenzaban sus poemas apelando a ese dios que hablaba por su boca: Canta, oh musa, la cólera del Pélida Aquiles... Y así fluyeron sus himnos a la mañana o al viento, poemas que apostrofan con descaro a las portentosas fuerzas naturales. Ingenuidad, franqueza, limpieza en la intención, y ese soplo sagrado de inspiración que siempre tendrá todo poeta, sobre todo cuanto se ponen a cantar al universo que los rodea. Andrés canta al viento, pero es el viento que le ha dejado este poema en el pensamiento.


El viento (Andrés Rastrilla)

En un buen día de tiempo y soleado,
entras tú como un espontáneo descarado
arrastrando y llevando todo lo que encuentras a tu paso.

Aireas como un ventilador
que ponen las mujeres por las mañanas
muy cerca de las ventanas
cuando hace un día de calor.

Acongojas a los árboles
tirándoles las hojas de primavera
que con los grandes colores
crecieron y quedaron de primera.

Con gran aínco y esfuerzo
¡se nota mucho tu aliento!
soplas con fuerza y
con mucho pudor.

¿Eres tú, viento traidor,
el que cambia el calor
y pone al día un feo color?
¿Eres tú, viento,
el que ha cambiado el tiempo
y me has dejado en mi cabeza
este poema en el pensamiento?

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