
Entre los papeles mecanografíados que tengo en mi poder, apareció una hoja manuscrita que contenía esta composición. Vuelve Rastrilla a uno de sus temas predilectos, el de la venturosa mutación que sufre el pueblo en fiestas, y, cuando éstas acaban, la tristeza y el desaliento que invaden la vida cotidiana, sólo paliados por la ilusión que empiezan a despertar las expectativas de la próxima fiesta. En este caso, Andrés comienza por una descripción del entorno geográfico, mencionando a los pueblos comarcanos sin ninguna valoración de los mismos. Luego alude a uno de los rasgos que confieren identidad a nuestra comarca, el ser atravesada por la milenaria ruta jacobea. Tan milagrosa como el río Nilo atravesando un enorme desierto es esta corriente de cosmopolitismo que cruza por nuestros campos, tan hechos a la soledad, el ensimismamiento y el abandono. El contraste entre estos dos principios (el despoblamiento, el pesimismo y la decadencia frente al instinto de aventura, de fe, de juventud y de esperanza) no pasa desapercibido a nuestro poeta. Menciona también Andrés el Aro, pequeño otero pedregoso que da nombre a esta bitácora y que es pieza clave en el escenario sentimental de cualquier pedroseño, pues siempre que un labriego levantaba la cabeza de su tarea era muy probable encontrarse con el eterno y cansado perfil de nuestra modesta cumbre.
Contextualizado espacial y sentimentalmente el pueblo, se entrega de nuevo nuestro poeta a la evocación subjetiva de la fiesta, que ya hemos comentado en poemas anteriores, y que sería tedioso volver a repetir. Tal vez el único rasgo novedoso sea la confesión de espontaneidad que contienen los últimos versos, y el de ser su poesía labrada a golpe de inspiración: Otro año, si Dios quiere, / un nuevo poema despertará. Aunque a veces está condición le reste perfección formal, otras le infunde el aire fresco de un ventarrón incontrolado.
Unos versos para una villa (Andrés Rastrilla)
Entre tierras de Burgos y Palencia
se encuentra Pedrosa:
del Príncipe, para más señas.
Campos de regadío,
páramos y áridas tierras:
Valbonilla, Hinestrosa y Astudillo,
aguas del Odra y del Pisuerga.
Cercanos al Camino de Santiago
los dos Iteros vienen cayendo;
con mochilas y bicicletas
españoles, extranjeros de lejanas tierras;
camina inquieto el peregrino
siguiendo la senda de su destino,
detrás del cotorro del Aro.
Pronto un sueño empieza a andar.
La plaza del Rejoj se viste de fiesta,
un nuevo sentido toma este lugar.
Parpadea el banderín al son de la orquesta
y unas barracas alegran
a una villa que se sentía muerta.
Misa solemne matinal,
tiro al plato, aperitivo y catas de vino
en el Cotorro Quitapenas,
tuta y pelota en el frontón,
disfraces para los nenes y las nenas.
Corpus Christi y la Octava se acabó.
el lunes todos hacen su faena:
la juventud a descansar de la resaca
que en Castrojeriz San Juan nos espera.
Y para el mes de Agosto,
que se hace largo, pero viene pronto,
una nueva fiesta veraniega.
Esto no es todo de este pueblo,
más me queda que contar.
Otro año, si Dios quiere,
un nuevo poema despertará.
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