
Confieso que me faltan claves biográficas para acometer cabalmente el comentario a algunas de las poesías de Rastrilla. Y que, por tanto, a veces me siento muy poco autorizado para escribir estas consideraciones que, espero de todo corazón, no incomoden a nuestro admirado poeta. La distancia física que ahora nos separa no me facilita la imprescindible labor crítica de repasar con él cada uno de sus poemas, y recabar de su memoria una contextualización lo más exacta posible. De ello puede servir de ejemplo la siguiente composición, en la que Andrés manifiesta un abatido estado de ánimo, ahogado en un sentimiento de soledad del que no conocemos la causa.
Cuesta creer, conociendo al personaje, que la profunda tristeza que evocan sus versos, el estado depresivo que inspira tales reflexiones, procedan de un sentimiento sincero, y más podría parecerer la típica melancolía impostada para ensayo poético que tanto predicamento tuvo en la poesía romántica maldita, o en los languidos epígonos modernistas. No conozco en Andrés períodos de aislamiento como el que describe, ni voluntarios ni siquiera inducidos por una circunstancia externa.
Soledad (Andrés Rastrilla)
Triste estoy de verdad
entre estas cuatro paredes;
se apodera de mí la soledad,
pues con ninguna persona
puedo yo hablar.
Callados están los rincones,
y varios en la nada;
no puedo contar mis dolores,
se me cierra en sí la esperanza.
Siento un gran vacío
en este pequeño rincón;
triste estoy sin un hilo
para entablar comunicación.
Esperanza tengo cada vez más
de que alguien pueda llegar.
¡Abridme la puerta de una vez,
pues solo aquí no quiero estar!
Rómpase ya la soledad,
triste tengo el corazón,
pues más tiempo no quiero estar
encerrado en esta habitación.
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